TENGOLOSDEDOSROTOS ha sugerido este texto. La venus de las pieles (Die Damen in Pels, 1870) de Leopold von Sacher-Masoch, asutriaco (1836-1895). Pure Masoch...ism!
Fragmento:
Me encontraba en amable compañía.
Me encontraba en amable compañía.
Venus estaba frente a mí, sentada ante una gran chimenea Renacimiento. Esta
Venus no era una mujer galante de las que —como Cleopatra— combatieron bajo ese
nombre al sexo enemigo. No; era la diosa del amor en persona.
Recostada en una butaca, removía el fuego chispeante que enrojecía la palidez de su
rostro y los menudos pies, que acercaba a la llama de vez en cuando.
A pesar de su mirada de estatua, tenía una cabeza admirable, que era cuanto yo veía
de ella. Su divino cuerpo marmóreo le cubría un gran abrigo de pieles, en el cual se
envolvía como una gata friolera.
—No comprendo, señora —dije—. En realidad no hace frío; hace ya dos semanas
que llevamos una encantadora primavera. Estará usted nerviosa, sin duda.
—Buena está la dichosa primavera —contestó con voz opaca, estornudando después
de una manera deliciosa—. No puedo apenas sostenerme y comienzo a comprender...
—¿Qué, gracia mía?
—Comienzo a creer en lo inverosímil y a comprender lo incomprensible.
Comprendo ahora la virtud de los alemanes y su filosofía, y no me asombra que ustedes, en
el Norte, no sepan amar, sin que parezcan dudar siquiera de lo que es el amor.
—Permitidme, señora —repliqué con viveza—. Nunca le he dado a usted ningún
motivo.
La divina criatura estornudó por tercera vez y levantó los hombros con una gracia
inimitable. Luego dijo:
—Por esto soy siempre graciosa para usted y hasta le busco de tiempo en tiempo,
aunque me enfríe cada vez, a pesar de todas mis pieles. ¿Te acuerdas aún de nuestro primer
encuentro?
—¿Podré olvidarle? Teníais espesos bucles pardos, ojos negros, boca de coral... Os
reconocí en los rasgos de la cara y en la palidez de mármol. Llevabais siempre una
chaqueta de terciopelo azul violeta guarnecida de piel de ardilla.
—Sí; ¡qué encaprichado estabas con aquel vestido y cuan dócil eras!
—Vos me enseñasteis lo que es el amor, y el culto divino que os consagraba me
transportaba dos mil años atrás.
—¿Y no te guardé fidelidad sin ejemplo? —Ahora se trata de eso.
—¡Ingrato!
—No quiero hacer ningún reproche. Habéis sido una mujer divina, pero siempre
mujer, y en amor, cruel como todas.
—Es que tú llamas cruel —replicó con viveza la diosa de amor— lo que constituye
precisamente el elemento de la voluptuosidad, el amor puro, la naturaleza misma de la
mujer de entregarse a lo que ama y de amar lo que le place.