jueves, 20 de agosto de 2009

TENGOLOSDEDOSROTOS ha sugerido este texto. La venus de las pieles (Die Damen in Pels, 1870) de Leopold von Sacher-Masoch, asutriaco (1836-1895). Pure Masoch...ism!

Fragmento:

Me encontraba en amable compañía.  
Venus estaba frente a mí, sentada ante una gran chimenea Renacimiento. Esta 
Venus no era una mujer galante de las que —como Cleopatra— combatieron bajo ese 
nombre al sexo enemigo. No; era la diosa del amor en persona.  
Recostada en una butaca, removía el fuego chispeante que enrojecía la palidez de su 
rostro y los menudos pies, que acercaba a la llama de vez en cuando.  
A pesar de su mirada de estatua, tenía una cabeza admirable, que era cuanto yo veía 
de ella. Su divino cuerpo marmóreo le cubría un gran abrigo de pieles, en el cual se 
envolvía como una gata friolera.  
—No comprendo, señora —dije—. En realidad no hace frío; hace ya dos semanas 
que llevamos una encantadora primavera. Estará usted nerviosa, sin duda.  
—Buena está la dichosa primavera —contestó con voz opaca, estornudando después 
de una manera deliciosa—. No puedo apenas sostenerme y comienzo a comprender...  
—¿Qué, gracia mía?  
—Comienzo a creer en lo inverosímil y a comprender lo incomprensible. 
Comprendo ahora la virtud de los alemanes y su filosofía, y no me asombra que ustedes, en 
el Norte, no sepan amar, sin que parezcan dudar siquiera de lo que es el amor.  
—Permitidme, señora —repliqué con viveza—. Nunca le he dado a usted ningún 
motivo.  
La divina criatura estornudó por tercera vez y levantó los hombros con una gracia 
inimitable. Luego dijo:  
—Por esto soy siempre graciosa para usted y hasta le busco de tiempo en tiempo, 
aunque me enfríe cada vez, a pesar de todas mis pieles. ¿Te acuerdas aún de nuestro primer 
encuentro?  
—¿Podré olvidarle? Teníais espesos bucles pardos, ojos negros, boca de coral... Os 
reconocí en los rasgos de la cara y en la palidez de mármol. Llevabais siempre una 
chaqueta de terciopelo azul violeta guarnecida de piel de ardilla.  
—Sí; ¡qué encaprichado estabas con aquel vestido y cuan dócil eras!  
—Vos me enseñasteis lo que es el amor, y el culto divino que os consagraba me 
transportaba dos mil años atrás.  
—¿Y no te guardé fidelidad sin ejemplo? —Ahora se trata de eso.  
—¡Ingrato!  
—No quiero hacer ningún reproche. Habéis sido una mujer divina, pero siempre 
mujer, y en amor, cruel como todas.  
—Es que tú llamas cruel —replicó con viveza la diosa de amor— lo que constituye 
precisamente el elemento de la voluptuosidad, el amor puro, la naturaleza misma de la 
mujer de entregarse a lo que ama y de amar lo que le place.